Este fin de semana se ha anunciado el parón total de toda actividad no esencial. Desde el Nodo de Producción de Carabanchel estamos reflexionando e intentando abordar de manera colectiva los efectos que tendrán para nosotras, y para un amplio sector de personas, las medidas ahora impuestas. Aunque en muchos casos nuestra realidad esté alejada del trabajo asalariado no dejamos de ser, y sentirnos, parte de ese amplio sector precarizado. Sin entrar a valorar la necesidad médica de esta medida para controlar el avance de los contagios sí sentimos necesario, ahora más que nunca, que en lugar de lanzarnos al borreguismo imperante en estos días y aplaudir cada medida adoptada sin analizarla, seamos críticas. Qué efectos tiene a corto y medio plazo, cómo se desarrolla y qué nuevos escenarios plantea para poder plantear, a su vez, una manera de estar en el mundo que siga generando las condiciones que garanticen la reproducción de la vida.
Algunos apuntes -faltarían muchísimos más- sobre los efectos del parón:
1. Las grandes empresas en España representan aproximadamente el 5% del total. El 94,5% de la producción se concentra de hecho en Pymes y Micropymes -empresas que tienen menos de 10 trabajadoras-. Si bien las grandes empresas tienen capacidad para asumir los efectos de 15 días -y más- de parón, no ocurre lo mismo con las pequeñas empresas que viven el día a día a duras penas.
2. De estas pequeñas empresas merecen especial atención aquellas cuya actividad no va destinada al reparto de dividendos entre accionistas (grandes empresas) o a generar una plusvalía para el patrón (algunas Pymes), sino en las que el beneficio generado se reinvierte sobre la propia estructura económica de las mismas, bien para sostener o mejorar los puestos de trabajo, bien para aumentarlos (lo que se llama el tercer sector). Las cooperativas, sociedades y mutualidades generan el 12,5% del empleo y el 10% del PIB en nuestro país. El parón en estas empresas no supone una pérdida de beneficio para un patrón sino la puesta en riesgo de los puestos de trabajo de sus propias socias.
3. El crecimiento de las Pymes, autónomos y falsos autónomos, cooperativas y economía sumergida, es decir, toda suerte de pequeñas empresas que ofrecen servicios a grandes empresas y multinacionales -servicios que antes realizaban ellas directamente- no es casualidad. Es el resultado de las sucesivas reformas laborales que han favorecido la dinámica de subcontratación que genera dos efectos: por un lado, las grandes empresas se quitan de encima los costes del trabajo y el riesgo del mismo y, por otro, la diversificación de trabajadoras mutila las prácticas sindicales clásicas desde lo laboral. Lo que parecía una merma en el poder de las grandes empresas y multinacionales ha resultado ser todo lo contrario: ellas sólo generan de manera directa el 5% de la producción (concentrada como hemos dicho en las Pymes y micropymes) pero sí dictan las condiciones del mercado teniendo amarrada a la mayor parte de las trabajadoras directa o indirectamente.
4. Si bien es cierto que el Estado ha ofrecido una batería de medidas para hacer frente a la situación -y evitar una revuelta popular, dicho sea de paso- éstas son insuficientes y, sobre todo, no son aplicables a la realidad de muchas. No se han atrevido a decretar el no pago de los alquileres y otros gastos -especialmente sangrante las quitas y reestructuraciones que propone con los grandes tenedores de vivienda- y ha basado el grueso de sus medidas en moratorias y microcréditos a interés cero mediados por unos trámites burocráticos que retrasan o son imposibles de cumplir por muchas. El enésimo lavado de cara, pan para hoy, crisis para mañana.
5. Los famosos ERTES (lo que tememos es la antesala de los futuros ERES) sólo cubren a cierto tipo de trabajadoras, así como muchas de las prestaciones y ayudas planteadas. No entran en este supuesto las temporales de menos de dos meses, cuyo número aumentó escandalosamente tras la última reforma laboral y que en el año 2019 representaron el 90% de la contratación. Tampoco entran, obviamente, las que curran sin contrato, la mayoría de las cuales son mujeres y migrantes (empleadas domésticas, manteros y trabajadoras sexuales). En total, aproximadamente más de 6 millones de personas entre temporales y personas sin contrato (estas últimas se calcula son unos 2.3 millones de personas) completamente desamparadas, en el corto y, sobre todo, en el medio plazo cuando incluso las prestaciones desaparezcan. Más precarización para las ya precarizadas que, además, cuando pase el denominado “momento de emergencia” serán las grandes olvidadas.
6. El broche de oro lo ponen las vacaciones forzadas o, lo que sin pudor, la Ministra ha llamado “permiso retribuido recuperable” y el Gobierno ha tildado de medida “creativa e innovadora”. Medida satisfactoria para la Patronal, y especialmente para las grandes empresas donde las trabajadoras son un mero número y sus circunstancias vitales poco importan, y que de esta manera verán compensadas parte de las pérdidas económicas de estos días. Para las empresas donde la figura trabajadora/empresario no existe -cooperativas, por ejemplo- esta medida es poco más que invisible. En ambos casos, lo que está haciendo el Gobierno central es volcar sobre las trabajadoras -asalariadas, autónomas o sin contrato- los efectos económicos que él mismo no quiere asumir. O no quiere gestionar. Porque poder puede, pero hacerlo significaría abrir la caja de los truenos. Las pérdidas económicas podrían compensarse con ayudas (reales) estatales a las pequeñas economías y las arcas públicas podrían nutrirse rápidamente con un aumento de impuestos automático sobre las grandes riquezas, grandes empresas y otros nichos de sobreabundancia (hola, SICAVS y Fondos de Inversión). Si algo tiene el Estado es una capacidad enorme de generar liquidez con la que llevar a cabo medidas, lo que falta es valentía para enfrentarse a las clases dominantes y sobra descaro para presionar a las de siempre.
7. En medio del parón productivo sale a flote otra realidad: la vida no puede pararse. Por eso los trabajos de cuidados, aquellos imprescindibles para la vida, emergen, salen a flote, se vuelven más visibles -e imprescindibles- que nunca. Desde las trabajadoras de hospitales, residencias de ancianos, albergues, limpiadoras, cocineras… hasta aquellas que han visto multiplicado el trabajo doméstico a consecuencia del confinamiento. Una especie de huelga a la japonesa impuesta por las medidas establecidas por el Gobierno. ¿Qué pasaría si todas aquellas que se hacen cargo en sus hogares de personas dependientes se declararan en huelga? ¿Qué si las limpiadoras se negaran a desinfectar hospitales hasta que no vean reconocida su fuerza de trabajo? ¿Podría un Estado, más aún en la situación actual, asumir toda la carga de trabajo que las cuidadoras realizan? Obviamente la respuesta es no y eso invierte de alguna manera la balanza de quién tiene el poder -aunque sea el simbólico- de la situación.
8. El parón económico puede que sea necesario en términos médicos, pero hacerlo en forma de tabula rasa es tan mediocre como injusto. Aplicar las mismas medidas a El Corte Inglés, Inditex o ACS que a una pequeña cooperativa o a un comercio de barrio solo genera más desigualdad presente y futura en una sociedad ya de por sí muy desigual; atacar al pilar fundamental de la economía de este país (la pequeña producción y la trabajadora que la sostiene) inclina la balanza futura hacia una concentración de poder en las grandes empresas, que serán las grandes supervivientes de esta pandemia. Con sus plantillas de trabajadoras cada vez más reducidas en pro de las subcontrataciones, no tendrán ni que proceder a despidos, únicamente rediseñar las reglas de un mercado que ya dominaban para hacerlo más proclive -aún si cabe- a sus intereses.
No podemos cuantificar ni cualificar los efectos que este parón pueda generar ni cómo los gobiernos y los distintos poderes reaccionarán, más teniendo en cuenta que la derecha de este país ya está poniéndose en contra de las medidas por entender que atacan a la sacrosanta propiedad privada. Desde luego no será nada fácil especialmente para las ya de por sí precarizadas, las que previamente a esto estaban al borde del abismo. En el sur de Italia, las regiones menos afectadas por la epidemia y, sin embargo, más por los desajustes económicos, los saqueos y revueltas ya han empezado. En España un tercio de la población activa -temporales, parte de los autónomos y personas sin contrato- no volverán a tener trabajo y no podrán cubrir sus necesidades más básicas. En todas partes del mundo las que cuidan están al borde del colapso. El coste de la crisis económica y el peso de los cuidados recaerán, ya recaen, sobre las mismas. Y cuando la pesadilla del encierro pase, empezará el mal sueño.
La huelga productiva ya ha empezado: desde los tiempos de la guerra la producción estatal y global no había sufrido una frenada en seco de tal calibre. Los puestos de trabajo están vacíos, la actividad económica parada, como si la huelga soñada estuviera aquí. sin embargo no hay nadie para reclamarla en las calles y, a puerta cerrada, millones de personas sufren otro tipo de sobreexplotación. Nos enfrentamos a una pérdida millonaria de empleos, al empobrecimiento material e inmaterial masivo y a todo un elenco de medidas de presión y control que los gobiernos tendrán que ejercer para aplacar a la masa.
Un nuevo orden está en marcha. Y por eso quizás sea el momento de plantearnos una huelga en los términos más amplios posibles, una huelga subversiva, una huelga radical. Un ejemplo de por donde podemos empezar lo puso encima de la mesa el 8M planteando un formato de huelga social y transversal al que todas las precarizadas podían sumarse -ya sea por contratos basura ya sea por ausencia de ellos, por curro productivo ninguneado o por reproductivo invisibilizado-. Lo que las compañeras chilenas han denominado una “Huelga por la vida”, contra la precarización de todos y cada uno de sus estratos. La campaña “Plan de Choque Social” con huelgas tan concretas como #HuelgaDeAlquileres trascienden la huelga clásica productiva, generan un nuevo imaginario: no cobramos, no pagamos. Nuevas luchas sindicales, nuevos imaginarios de huelga que exijan y planteen nuevas reglas para nuestra vida. No se piden, se toman. Si somos el pilar fundamental de la producción, de los cuidados y de la vida en los términos más amplios, la huelga, la lucha y las redes han de plantearse y tejerse en todos estos ámbitos. Hoy más que nunca, si nosotras paramos, el mundo deja de existir.
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